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EL TIEMPO

domingo, 18 de octubre de 2015

UN DÍA CUALQUIERA DE LOS JÓVENES DE LOS AÑOS 50 EN EL MAR MENOR

Corría la década de los años 50, cuando en la población de Los Urrutias, en el Mar Menor, aún no había llegado la luz ni el agua. Por aquel entonces pasaba el aguador, llamado el tío Belmonte, del que ya hablamos anteriormente en una de las leyendas del Mar Menor, repartiendo el agua extraída de un gran aljibe, propiedad suya que estaba enfrente del Castillico del Miedo, con su carro tirado por una mula y donde llevaba una gran cuba de agua que ocupaba toda la parte de atrás del carro.

Por aquel entonces las diversiones de los jóvenes eran muy diferentes a las de ahora. Por las mañanas se reunían bajo los toldos a hablar chicos y chicas mientras ellas hacían alguna labor, como coser o bordar, para jugar al "mate" con la pelota o cantar con sus guitarras todos juntos y darse un buen baño después. Por las tardes hacían guateques con gramófonos que no utilizaban electricidad y que se prolongaban hasta las oscuras noches a la luz de candiles y velas, ya que no había alumbrado en las casas, ni mucho menos en las calles.

 Jóvenes de los años 50 en un típico toldo en Los Urrutias

Otra de las diversiones del verano eran las visitas a las islas del Mar Menor o a La Manga, en barcos de pescadores que contrataban entre todos.

Barco de pescadores de vela latina típico de la época

 Jóvenes de los años 50 en uno de los barcos que utilizaban para sus viajes por el Mar Menor
 
Estos pescadores llevaban a los grupos de jóvenes a las costas, aún vírgenes de La Manga del Mar Menor. Dónde al llegar, lo primero que hacían era cambiarse y ponerse la ropa de baño, para ello las chicas del grupo se iban detrás de unas dunas a cambiarse y los chicos a otro lado. Además se llevaban desde casa la comida y el postre, que consistía en melones y sandías, que enfriaban en la orilla de la playa o enterrándolos en la arena. El agua dulce la sacaban los pescadores, de pozos que excavaban en lugares determinados, donde ellos sabían por su experiencia que había agua potable. Allí se llevaban guitarras, pelotas para jugar y recogían lirios, entonces muy abundantes en las dunas de arena blanca que por entonces eran tan comunes en este paraíso perdido del Mar Menor.
 Jóvenes recostados en las dunas, muy abundantes por esa época en La Manga del Mar Menor

Saludando al Mar Menor

A  la vuelta a casa, las embarcaciones casi siempre se quedaban sin viento que pudiera hacerlas avanzar cuando pasaban entre las islas del Barón y la Perdiguera, así que los pescadores llevaban en sus barcos grandes remos de madera con los que les tocaba remar a los chicos hasta que soplara de nuevo el viento. Por eso casi siempre se les hacía de noche y al no haber alumbrado en las poblaciones costeras, no tenían un punto de referencia hacia el que volver, por lo que en tierra sus padres les colocaban candiles a modo de farol para que pudieran saber dónde tenían que desembarcar, ya que no tenían otro modo de comunicar con ellos más que por estas señales visuales. Por este motivo siempre que podían hacían estas excursiones los días en que por la noche habría luna llena, para que así a la luz de la luna pudieran tener una mejor iluminación al navegar.

 Vista de La Manga virgen en los años 50